martes, 22 de abril de 2008

Siglos y presas del tiempo, seres saciados del hambre ocupando un espacio sin nombre; un vacío del sueño, un desierto llamado pan, horizonte imaginario. Cobardes entrelazados al miedo: la esencia del ser confluyendo en un abismo entre los ojos, esperar a la muerte siendo un todo que la lleva: la muerte es el ser, el miedo humano es el miedo a sí mismo, a su silencio y soledad. A ser sólo final que nunca tuvo principio, a ser uno, a escapar de la angustia.
Las flechas atraviesan párpados y retinas, y sangre y piel; cómo ser la soledad del ser entre los días despellejados, en la innombrable soberbia que encadena al humano, o ser metamorfosis buscando el equilibrio, lo intangible.
Quizás porque el amor sea más poderoso, quizás por un segundo; porque todo es tiempo, dirás; es la conciencia, el elixir de la vida destruyendo al propio miedo, miedo propio confluyendo en los sueños que relatan a su presa. Quizás ella sea la salvación de los seres que navegan sin destino por el mar del universo; la razón del arte descubriendo a los labios que despegan hacia el cielo.

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