El cielo, me contó un antiguo buscador de tesoros que se hace llamar mi abuelo, es una capa invisible que protege a un mundo que arde de frío y quema de gente. Tiene colores brillantes que a veces se huelen y montañas de risas que se apilan sobre las calles. Cuando la gente viaja en automóviles, a veces se choca con ellas y ríe de su desgracia. Hay escuelas, en donde la gente manda a sus niños para que los conviertan en gente. El color que prefieren los niños es el verde, el que prefiere la gente es el azul. A veces, todo se vuelve de un gris muy espeso y nadie quiere salir de sus casas anaranjadas. Mi abuelo me dijo que en esos casos hay que ser muy cuidadoso, la gente se vuelve tan sensible que con tan sólo tocar una parte de su mente podría hacer estallar medio mundo bajo el cielo. También me dijo que los parques son del color de los niños, y las computadoras del color de la gente. Cuando los niños se suben a las hamacas son felices, y cuando la gente se sube a las sillas con computadoras lo intenta ser. En el mundo bajo el cielo el agua pertenece a la gente que la vende a otra gente, el agua no se comparte. Tampoco se comparte la tierra, y a veces ni las sonrisas. Se comparten las galletitas de colores y los cafés con leche, en algunas ocasiones se comparten los momentos y las palabras. Pasan muchas cosas que la gente entiende, y muchas otras que no.
A veces, me dijo, sin buscar demasiado, y con un poquito de suerte, se pueden encontrar sentadas, paradas, caminando, algunas personas. Y,entonces, cuando uno está seguro de haberlas encontrado, realmente puede decir que es afortunado.